COMO COMETAS QUE VIVEN EN EL CIELO
Nuestros hijos no son niños, son cometas que buscan el aire.
No nacieron para estar sujetos a tierra, sino para jugar libres en el cielo, entre nubes y arco iris. Como pájaros.
A veces caídos en el suelo, derrotados, abatidos. Con la tristeza y la desazón de una cometa vencida en la acera.
Remontan el vuelo como
sin pensar y sin descanso, impulsivos, obcecados, sin nada más que un
aquí y un ahora, huyendo de la prisión del tiempo.
No nacieron para estar
quietos en tierra, sino para dejarse llevar por el viento, en la
suavidad de la brisa, en la dureza del vendaval.
Por eso sus cuerpos son
ligeros y resistentes, hechos por telas de colores llegadas de países
desconocidos. Cosidos con puntadas desconcertantes, sin pasado, sin
futuro, en un intenso y constante presente.
No nacieron para caminar por tierra, sino para correr a merced del aire fresco.
Nosotros, gestadores de sus vidas, respiramos con el corazón atento a un juego incansable que agarrota el alma.
Nosotros no sabemos volar como ellos, ni podemos ver el mundo desde sus alturas.
Sólo permanecemos, como permanece unido el cordel a la cometa, intentando no soltar más allá de lo posible.
Con los ojos puestos en sus movimientos, amaestrando el miedo a la incertidumbre de hacia dónde soplará el viento.
Porque nuestros hijos no son niños, son cometas que viven en el cielo.
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